Esta mañana me estaba lavando los dientes, cuando uno de mis hijos de 25 meses ha bajado, deslizándose, de la cama de sus padres donde estaba tomando el pecho. Ha venido al cuarto de baño, pues quería acompañar a "papi". Una vez dentro, ha cerrado la puerta y me ha sonreído, como diciendo: Aquí estamos nosotros en nuestra guarida!!
Al rato quería volver hacia un lugar más placentero como es el regazo de "mami", pero la puerta estaba cerrada. Se ha puesto de puntillas, intentando abrirla no sin dificultad. Un: "No puedo!" es lo que repetía. "Abres papi?" continuaba. No me costaba nada abrir la puerta, aunque sé de sobra que es capaz de abrirla.
Lejos de facilitarle la tarea, le he animado a que lo intentara de nuevo. Resultado: casi y por los pelos. Es cierto que por la altura, está en el límite, un simple detalle como tirar de la puerta no es igual que empujarla. Se estaba poniendo ya nervioso, pues un intento y otro fallido, supone un contratiempo a su corta edad.
Entonces, le he sugerido que me dejara a los acompañantes matutinos que portaba: un pato Donald y su dudú "Lo”. Una vez que ha dispuesto de los dos brazos libres, lo ha vuelto a intentar, con mayor decisión y sin miedo a que se le cayeran sus amiguitos.
Eureka! Al abrir la puerta, se ha girado y sonriendo con cara de pícaro, cogiendo de nuevo a sus muñecos, ha salido disparado a la cama con “mami”.
En muchas ocasiones son los pequeños detalles los que marcan la diferencia. Acompañando en los logros se aprende más que resolviéndolos. Abrirle la puerta, facilita. Acompañarle para que sea capaz de abrirla por sí mismo: EDUCA.
Seguiremos aprendiendo el uno del otro...